Una cuestión de familia


Tiempo de lectura: 3 min

Lectura bíblica: Romanos 1: 6, 7
Amados de Dios, llamados a ser santos. Romanos 1:7
Aun después de un viaje cansador desde los Estados Unidos a Europa Oriental, el matrimonio estaba entusiasmado y emocionado de haber llegado a su destino. Ahora, en el orfanato en Rumania, caminaban con cuidado entre las frágiles cunas y los colchones en el suelo. La habitación tenía poca luz. Las paredes, el piso y los muebles distaban de estar limpios. El olor de una docena de pañales sucios saturaba el ambiente.
Al pasar por cada cama, un niñito levantaba la vista esperando recibir cariño. Detrás de cada pequeño rostro había una triste historia de abandono. Los ojos de la pareja se llenaron de lágrimas. Ya tenían cinco hijos varones, uno de los cuales era adoptado. Habían ido a Rumania para adoptar a otro niño. Les hubiera gustado llevarse todos los huerfanitos a casa, pero sólo podían llevar uno. ¿Cuál sería?
Luego la vieron, una pequeñita de pocas semanas. Sobresalía de entre todos los niños desamparados, como si Dios los hubiera impulsado hacia ella. Después de días de trámites oficiales, el matrimonio emprendió el viaje de regreso con su nueva hijita. La diminuta Andrea estaba completamente ajena al cambio milagroso que había comenzado en su vida.
Hoy Andrea tiene ocho años. Forma parte de una cariñosa familia cristiana con cinco hermanos mayores y dos hermanas menores. (¡Sus padres adoptaron a dos niñas más!). El cuidado y afecto que su nuevo hogar le ha brindado ha borrado el comienzo trágico de su vida. Y todo se debe a que su papá y su mamá la encontraron y se la llevaron a casa.
Todos tenemos algo en común con Andrea. Porque el pecado nos separó de Dios, llegamos al mundo solos. Fue como haber nacido en un orfanato. Necesitábamos desesperadamente que alguien nos cuidara.
Entonces apareció Dios, no sólo para visitar, no sólo para dejarnos un regalo e irse, sino con el fin de llevarnos a su hogar para formar parte de su familia. Nos ama tanto que nos ha invitado a ser uno de sus propios hijos.
El cambio que sucedió en nuestra vida fue todavía más extraordinario que el de Andrea. El apóstol Pedro lo expresa así: “Vosotros en el tiempo pasado no erais pueblo, pero ahora sois pueblo de Dios” (1 Pedro 2:10). ¡Cuando acudimos a Cristo, pasamos de no tener familia a ser un miembro de la familia de Dios!
¿Te imaginas cómo se sentirá un día Andrea cuando pueda comprender lo que sus padres adoptivos hicieron por ella? ¿Tienes algunos de estos mismos sentimientos cuando tomas conciencia de que Dios te ha adoptado y formas parte de su familia?
PARA DIALOGAR: ¿Cómo sería distinta tu vida si Dios no te hubiera adoptado y no formaras parte de su familia?
PARA ORAR: Señor, te damos gracias porque nos adoptaste como tus hijos. Gracias por darnos un hogar lleno de amor.
PARA HACER: Piensa en alguien que se siente solo y apartado de Dios. ¡Dale la buena noticia de que Dios quiere adoptarnos como sus hijos!


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