Lectura bíblica: Romanos 1:18-20
Porque lo que de Dios se conoce es evidente entre ellos, pues Dios hizo que fuese evidente. Romanos 1:19
Llegó el gran día cuando la familia se dirigió al meganegocio de productos electrónicos a fin de ver a mamá y a papá vaciarse los bolsillos para comprar una computadora nueva. Es la que todos quieren: la XL Hyperflash 6000 Super-Plus. Viene equipada con suficiente memoria y velocidad como para satisfacer al peor fanático de computadoras, a lo menos por seis semanas. Se pueden usar discos compactos de música y películas. Puede comunicarse por teléfono, fax y correo electrónico en 60 idiomas y dialectos, incluyendo jerigonza.
Con unas simples modificaciones puede controlar todos los electrodomésticos en la casa. Puede prender y apagar todas las luces, hacer andar la licuadora, cambiar canales del televisor, calentar comida en el microondas y pedir pizza por teléfono.
Por supuesto, la Hyperflash 6000 también incluye toneladas de programas, como la Enciclopedia Galáctica (todo el conocimiento de la humanidad más el de algunas razas extraterrestres), juegos de a millones y un programa para tener acceso a tus calificaciones escolares.
Las computadoras son maravillas tecnológicas. Llegan a los negocios con cerebros funcionando al máximo. El sistema operativo y una gran selección de programas vienen instalados de fábrica, de modo que lo único que tenemos que hacer es abrir el paquete, sacar la computadora y conectarla. En cuestión de minutos podemos estar jugando juegos electrónicos, enviando correos electrónicos a nuestros amigos o escribiendo la próxima novela de mejor venta en el mundo.
Pero la computadora más avanzada que jamás haya sido creada —o que se creará— nunca puede ganarle a nuestro cerebro. El mecanismo gris, esponjoso amontonado en nuestro cráneo no es ninguna hermosura a la vista, pero el “programa” que viene instalado de fábrica es fantástico. Cada movimiento que hacemos, cada tarea que completamos, comienza en el complejo sistema que Dios puso en cada uno de nosotros. Dios nos equipó para la vida aun antes de que naciéramos.
En el centro de nuestro sistema operativo interno hay una característica singular que rara vez nos detenemos a valorar. Es la capacitad innata de conocer y relacionarnos con nuestro Padre celestial. Él la coloca en cada ser humano. ¿Por qué? Porque Dios quiere que lo conozcamos como nuestro Padre que nos ama. El Dios que nos llamó para ser parte de su familia quiere que lo conozcamos a fondo. Aun nuestro cerebro maravilloso no podría comprender a Dios a menos que él nos diera esta habilidad. ¡Y la dio!
Y cuando acudimos a él con fe, es como si activara ese programa interior y nos permitiera conocerle aún mejor. Cualquiera, por más limitado que fuera, aceptaría esa oferta.
PARA DIALOGAR: Dios te creó con una capacidad innata de conocerle. ¿Cuánto de esa capacidad estás utilizando?
PARA ORAR: Da gracias a Dios porque puedes conocerle, y dile que quieres conocerlo mejor.
PARA HACER: Haz una lista de cosas que sabes acerca de Dios y de cosas que te gustaría saber. ¡Procura encontrar hoy la respuesta a una de esas cosas!