Huésped invisible en nuestro hogar


Tiempo de lectura: 3 min

Lectura bíblica: Salmo 46:1-3
Señor, tu has sido nuestro refugio de generación en generación. Salmo 90:1
Puedes saber que tienes graves problemas cuando tu mamá o tu papá te llaman usando tu nom- bre completo, el de pila y tu apellido.  Pero, ¿has tenido alguna de estas experiencias?

  • Pusieron el plato de comida del gato sobre la mesa, y tu plato en el suelo.
  • Tus padres le alquilan tu habitación a un estudiante de Mongolia, y todavía faltan muchos años hasta que puedas formar tu propio hogar.
  • Tu mamá no le pone sábanas a tu cama.
  • Te dan espinaca de postre, mientras que todos los demás reciben postre de chocolate.
  • Tu mamá consigue trabajo como comediante, y todos sus chistes son a expensa tuya.
  • Tu papá está en el patio de atrás pintando tu nombre en la casa del perro.

Todos tenemos la necesidad de pertenecer, de ser parte de un núcleo humano. Y a pesar de que a veces nos resulta difícil llevarnos bien en casa, la intención del Señor es que nuestras necesidades sean satisfechas en nuestra familia. Su plan es que por más cruel que sea el mundo, siempre podamos llegar a casa, sacarnos los zapatos, y decir: “Aquí, yo puedo ser yo”.
Es de lamentar que muchos no pueden hacer esto cuando van a su casa. Y tarde o temprano, en algún momento, todos nos sentimos desconectados de la familia, y no sólo porque nos metimos en dificultades. Los hermanos y las hermanas pueden hacer que uno u otro se sienta rechazado. A veces aun los padres se sienten malqueridos y que no son apreciados. Cuando no nos estamos llevando bien con la familia, nuestro hogar puede ser un lugar donde nos sentimos solos, o peor.
Quizá te sorprenda saber que Jesús sabía lo que era sentirse rechazado en su propia casa. Sus hermanos y hermanas distaban de estar entusiasmados por su ministerio (ver Juan 7:5). Además, careció de un hogar mientras viajaba por todo Israel los últimos tres años de su vida terrenal (ver Mateo 8:20).
Entonces, ¿cómo pudo Jesús sentirse aceptado?
Jesús se apoyaba en el hecho de que pertenecía a su Padre. Cuando vivió sobre la tierra, Jesús no podía ver al Padre más de lo que lo puedes ver tú. Pero sabía que su Padre estaba con él, y saberlo le daba una paz y seguridad que le daban fuerzas para seguir adelante. Sabía la verdad del Salmo 90:1, “Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación”.
Dios, quien está con nosotros dondequiera que estemos, nos brinda un hogar precisamente donde estamos. Es la clase de lugar que quiere que formemos los unos para los otros, haciendo que el hogar en que vivimos sea un lugar seguro, tranquilo y armonioso.
PARA DIALOGAR: ¿De qué manera podemos hacer de nuestro hogar un lugar cálido donde cada uno se siente aceptado y bienvenido?
PARA ORAR: Señor, ayúdanos a crear un hogar donde cada uno podamos sentirnos aceptados y bienvenidos. Y gracias porque siempre nos podemos sentir en casa contigo.
PARA HACER: Escoge a un integrante de tu familia y realiza hoy algo para hacer que tu hogar sea un lugar donde él se sienta aceptado.


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